El animal, como si hubiera comprendido a su dueño, aceleró el paso. Desde que había abandonado el territorio de Montana, hacía de eso un par de semanas, no había encontrado a nadie en su camino, salvo algunos alces y antílopes que, asustados por la presencia del hombre, habían rehuido su presencia. David Wender era un espíritu inquieto, un ser ávido de emociones, que no se detenía demasiado tiempo en ningún lugar.
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El animal, como si hubiera comprendido a su dueño, aceleró el paso. Desde que había abandonado el territorio de Montana, hacía de eso un par de semanas, no había encontrado a nadie en su camino, salvo algunos alces y antílopes que, asustados por la presencia del hombre, habían rehuido su presencia. David Wender era un espíritu inquieto, un ser ávido de emociones, que no se detenía demasiado tiempo en ningún lugar.