A la secretaria no le extrañó en absoluto que su jefe hubiera llamado con semejante apodo al recién llegado. Si aquel energúmeno no era el diablo en carne y hueso es que, decididamente, el diablo no existía Henry Donaway avanzo a glandes zancadas hasta el sillón destinado a los vigilantes y se repantigó en el con la cabeza apoyada en el respaldo y las piernas estiradas. Luego sacó una petaca para puros y extrajo de ella un cigarro habano que parecería un poste de telégrafos.
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A la secretaria no le extrañó en absoluto que su jefe hubiera llamado con semejante apodo al recién llegado. Si aquel energúmeno no era el diablo en carne y hueso es que, decididamente, el diablo no existía Henry Donaway avanzo a glandes zancadas hasta el sillón destinado a los vigilantes y se repantigó en el con la cabeza apoyada en el respaldo y las piernas estiradas. Luego sacó una petaca para puros y extrajo de ella un cigarro habano que parecería un poste de telégrafos.