Pasó a su habitación para ponerse la americana. Apenas estuvo de vuelta en el despacho, la señora de Bardell introdujo a la visitante. Era una joven delgada, hermosa y vestía un lujoso abrigo de pieles. Kathleen Marsh era una de esas mujeres que cuanto más se las mira, más hermosas parecen. Sus facciones no eran perfectas, pero sus enormes ojos, de un color indefinible, prestaban a su rostro ovalado una irresistible atracción.
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Pasó a su habitación para ponerse la americana. Apenas estuvo de vuelta en el despacho, la señora de Bardell introdujo a la visitante. Era una joven delgada, hermosa y vestía un lujoso abrigo de pieles. Kathleen Marsh era una de esas mujeres que cuanto más se las mira, más hermosas parecen. Sus facciones no eran perfectas, pero sus enormes ojos, de un color indefinible, prestaban a su rostro ovalado una irresistible atracción.