Frank Layland, dejando la colilla de su puro en el plato, asintió en silencio. Era alto y delgado, en violento contraste con la figura gorda y rechoncha del hombre que se sentaba enfrente de él. Un cabello negro, que comenzaba a blanquear en las sienes, franjeaba su rostro agudo y huesoso, que tenía una expresión de increíble fuerza y vitalidad. Todo en él parecía irradiar y desbordar fuerza y vida.
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Frank Layland, dejando la colilla de su puro en el plato, asintió en silencio. Era alto y delgado, en violento contraste con la figura gorda y rechoncha del hombre que se sentaba enfrente de él. Un cabello negro, que comenzaba a blanquear en las sienes, franjeaba su rostro agudo y huesoso, que tenía una expresión de increíble fuerza y vitalidad. Todo en él parecía irradiar y desbordar fuerza y vida.