Le llamaban Doctor Niebla. Alguien, no se sabe quién, le había bautizado así, con singular acierto. En efecto, este nombre no podía ser más apropiado, a falta de otro más concreto, para designar a aquel misterioso personaje, incorpóreo, sutil e inaprensible como la bruma de Londres, que parecía hallarse en todas partes, que se filtraba por todas las rendijas y del que nadie podía librarse, por muy recóndito que fuese el escondrijo que eligiese.
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Le llamaban Doctor Niebla. Alguien, no se sabe quién, le había bautizado así, con singular acierto. En efecto, este nombre no podía ser más apropiado, a falta de otro más concreto, para designar a aquel misterioso personaje, incorpóreo, sutil e inaprensible como la bruma de Londres, que parecía hallarse en todas partes, que se filtraba por todas las rendijas y del que nadie podía librarse, por muy recóndito que fuese el escondrijo que eligiese.