No solía detenerse en el salón. Al salir del baño, tomaba el frugal desayuno en la cocina, donde se lo servía Harold —costumbre que había adquirido durante su estancia en los Estados Unidos—. Pero aquella mañana, al penetrar en el salón, levantó la bocamanga de su chaqueta con el índice y el pulgar, para ver la esfera de su reloj, comprobó que era demasiado temprano y que todavía tenía tiempo antes de ir al hospital. Fue entonces cuando vio el montón de periódicos que Harold dejaba invariablemente sobre la mesita, no lejos del piano, y que solía retirar cada domingo, para dejar que de nuevo se acumulasen durante la siguiente semana.
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No solía detenerse en el salón. Al salir del baño, tomaba el frugal desayuno en la cocina, donde se lo servía Harold —costumbre que había adquirido durante su estancia en los Estados Unidos—. Pero aquella mañana, al penetrar en el salón, levantó la bocamanga de su chaqueta con el índice y el pulgar, para ver la esfera de su reloj, comprobó que era demasiado temprano y que todavía tenía tiempo antes de ir al hospital. Fue entonces cuando vio el montón de periódicos que Harold dejaba invariablemente sobre la mesita, no lejos del piano, y que solía retirar cada domingo, para dejar que de nuevo se acumulasen durante la siguiente semana.