SERENO y majestuoso el «Constellation» cubría la última parte del largo recorrido. Bajo sus alas inmensas pasaban las tierras quebradas de Nueva Inglaterra; a la derecha se alzaba la cadena montañosa de los Allegheny con sus laderas cubiertas por espesos bosques de pinos y abetos; a la izquierda, el Atlántico, agitado y tormentoso, rompiéndose con fuerza contra los acantilados de la costa. Atrás había quedado Boston, con sus edificios trepando por las colinas que bordean la desembocadura del Charles River. Una hora más de vuelo y el avión rendiría viaje en las gigantescas pistas de cemento del aeropuerto de La Guardia.
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SERENO y majestuoso el «Constellation» cubría la última parte del largo recorrido. Bajo sus alas inmensas pasaban las tierras quebradas de Nueva Inglaterra; a la derecha se alzaba la cadena montañosa de los Allegheny con sus laderas cubiertas por espesos bosques de pinos y abetos; a la izquierda, el Atlántico, agitado y tormentoso, rompiéndose con fuerza contra los acantilados de la costa. Atrás había quedado Boston, con sus edificios trepando por las colinas que bordean la desembocadura del Charles River. Una hora más de vuelo y el avión rendiría viaje en las gigantescas pistas de cemento del aeropuerto de La Guardia.