HAN pasado tres días, pero los gritos de Jimmy siguen resonando en mis oídos. Es inútil que procure pensar en otra cosa, que trate de abstraerme en la lectura de cualquier libro. Por encima de todo, los sollozos desgarradores del negro, sus desesperadas súplicas, su angustiada petición de una ayuda que nadie había de prestarle, retumban en mi cerebro con la monotonía obsesionante del «tam-tam» en la selva. Si cierro los ojos, si tumbado sobre el camastro logro entregarme al sueño, es todavía peor.
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HAN pasado tres días, pero los gritos de Jimmy siguen resonando en mis oídos. Es inútil que procure pensar en otra cosa, que trate de abstraerme en la lectura de cualquier libro. Por encima de todo, los sollozos desgarradores del negro, sus desesperadas súplicas, su angustiada petición de una ayuda que nadie había de prestarle, retumban en mi cerebro con la monotonía obsesionante del «tam-tam» en la selva. Si cierro los ojos, si tumbado sobre el camastro logro entregarme al sueño, es todavía peor.