ERAN las dos de la madrugada, llevaba bebiendo desde las siete de la tarde con el entusiasmo de quien acaba de atravesar un desierto; rondaba ya el punto de saturación y no confiaba demasiado en mis sentidos. La primera vez creí que el alcohol me jugaba una broma pesada, y cerré los ojos. Pero volví a abrirlos, y seguía allí, mirándome y sonriendo.
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ERAN las dos de la madrugada, llevaba bebiendo desde las siete de la tarde con el entusiasmo de quien acaba de atravesar un desierto; rondaba ya el punto de saturación y no confiaba demasiado en mis sentidos. La primera vez creí que el alcohol me jugaba una broma pesada, y cerré los ojos. Pero volví a abrirlos, y seguía allí, mirándome y sonriendo.