HUGH Wharton no era un conquistador profesional ni un temperamento impresionable y enamoradizo capaz de correr desalado tras la primera chica bonita que se cruzaba en su camino. En lo físico, pero especialmente en lo espiritual, era la antítesis de lo que conocen los franceses con el remoquete de un «homme a femmes». No era insensible, ni mucho menos, a los encantos del sexo femenino, pero quería a su esposa, y a los diez años de contraer matrimonio seguía fiel a los juramentos prestados. Sin embargo, aun no pasándole por el pensamiento una sola idea pecaminosa, tuvo que volver la cabeza al encontrarse por vez primera con aquella chica y recordarla cuando tornó a verla en ocasiones sucesivas.
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HUGH Wharton no era un conquistador profesional ni un temperamento impresionable y enamoradizo capaz de correr desalado tras la primera chica bonita que se cruzaba en su camino. En lo físico, pero especialmente en lo espiritual, era la antítesis de lo que conocen los franceses con el remoquete de un «homme a femmes». No era insensible, ni mucho menos, a los encantos del sexo femenino, pero quería a su esposa, y a los diez años de contraer matrimonio seguía fiel a los juramentos prestados. Sin embargo, aun no pasándole por el pensamiento una sola idea pecaminosa, tuvo que volver la cabeza al encontrarse por vez primera con aquella chica y recordarla cuando tornó a verla en ocasiones sucesivas.