Edgar Allan Poe escribió Eureka en 1847 casi de un tirón, como obedeciendo a un impulso incontenible; la ansiedad cosmogónica que subyace a la obra estaba latente desde su temprana juventud, cuando empezó a leer artículos sobre astronomía en revistas científicas, y buscaba expresión a partir del momento que emprendió el concienzudo estudio de Kepler, Newton, Laplace y otros muchos físicos y matemáticos. Cuando remata su labor, el gran escritor está convencido de haber producido un libro revolucionario, superior a todas las conjeturas del pasado y del presente acerca del origen y el destino del universo; según comunica a su editor, ninguno de los descubrimientos científicos de la historia de la humanidad, ni siquiera la teoría de la gravitación universal, se le acerca en importancia. Pero, como señala Julio Cortazar prologuista y traductor de esta edición , "lo que explica la supervivencia de la obra y su fascinante atractivo no es el peso científico que le atribuyera su autor sino sus valores estéticos y espirituales; "los buenos lectores de este poema cosmogónico son aquellos que aceptan, en un plano poético, el vertiginoso itinerario intuitivo e intelectual que Poe les propone y asumen por un momento ese punto de vista divino desde el cual pretende mirar y medir la creación".
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Edgar Allan Poe escribió Eureka en 1847 casi de un tirón, como obedeciendo a un impulso incontenible; la ansiedad cosmogónica que subyace a la obra estaba latente desde su temprana juventud, cuando empezó a leer artículos sobre astronomía en revistas científicas, y buscaba expresión a partir del momento que emprendió el concienzudo estudio de Kepler, Newton, Laplace y otros muchos físicos y matemáticos. Cuando remata su labor, el gran escritor está convencido de haber producido un libro revolucionario, superior a todas las conjeturas del pasado y del presente acerca del origen y el destino del universo; según comunica a su editor, ninguno de los descubrimientos científicos de la historia de la humanidad, ni siquiera la teoría de la gravitación universal, se le acerca en importancia. Pero, como señala Julio Cortazar prologuista y traductor de esta edición , "lo que explica la supervivencia de la obra y su fascinante atractivo no es el peso científico que le atribuyera su autor sino sus valores estéticos y espirituales; "los buenos lectores de este poema cosmogónico son aquellos que aceptan, en un plano poético, el vertiginoso itinerario intuitivo e intelectual que Poe les propone y asumen por un momento ese punto de vista divino desde el cual pretende mirar y medir la creación".