Hace ya varios decenios que Edith Pearlman viene reclamando un puesto entre los grandes cuentistas de todos los tiempos. Su modo incomparable de ver la realidad, su consumada maestría, su ingenio amplio y generoso, han dado lugar a que se la compare con Anton Chéjov, John Updike, Alice Munro, Grace Paley y Frank O’Connor. «Miel del desierto» constituye una asombrosa recopilación de relatos y viene a ser una auténtica celebración de la autora. Sean cuales sean sus personajes, Pearlman los conoce a todos, íntimamente, y nos los describe con insuperable generosidad. Su prosa, tan afinada como poética, arroja luz sobre momentos muy precisos y muy devastadores, logrando que reflejen la belleza y la gracia que puede haber en la vida cotidiana. Por su mérito literario y por lo fácil que resulta identificar a estos personajes que con tanta exquisitez y solidaridad nos describe, «Miel del desierto» es una recopilación que nunca llegará a borrarse de la memoria del lector y viene a demostrar, una vez más, que Pearlman es una gran maestra de la forma, pero también que su visión del mundo nunca deja de ser sabia y comprensiva.
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Hace ya varios decenios que Edith Pearlman viene reclamando un puesto entre los grandes cuentistas de todos los tiempos. Su modo incomparable de ver la realidad, su consumada maestría, su ingenio amplio y generoso, han dado lugar a que se la compare con Anton Chéjov, John Updike, Alice Munro, Grace Paley y Frank O’Connor. «Miel del desierto» constituye una asombrosa recopilación de relatos y viene a ser una auténtica celebración de la autora. Sean cuales sean sus personajes, Pearlman los conoce a todos, íntimamente, y nos los describe con insuperable generosidad. Su prosa, tan afinada como poética, arroja luz sobre momentos muy precisos y muy devastadores, logrando que reflejen la belleza y la gracia que puede haber en la vida cotidiana. Por su mérito literario y por lo fácil que resulta identificar a estos personajes que con tanta exquisitez y solidaridad nos describe, «Miel del desierto» es una recopilación que nunca llegará a borrarse de la memoria del lector y viene a demostrar, una vez más, que Pearlman es una gran maestra de la forma, pero también que su visión del mundo nunca deja de ser sabia y comprensiva.